viernes, 2 de abril de 2010

II - SYDNEY - AUSTRALIA.



Miércoles, Febrero 10

SYDNEY

Es verano y por tanto el aeropuerto está abarrotado de australianos que regresan de sus vacaciones y de muchos asiáticos que suponemos vienen a pasar las suyas. La cola para coger taxi es de las más grandes que he visto pero está muy bien organizada y fluye con rapidez. Nuestro taxista, sonriente y agradable, es de Corea del Sur. Nos conduce hacia nuestro hotel en el centro en un tráfico lento que está yendo a trabajar. Son entre las ocho y las nueve de la mañana, hace calor y el sol brilla con fuerza. Tenemos tiempo de que el taxista nos explique algunas generalidades sobre la vida en la ciudad en un inglés que nos cuesta entender. En su particular forma de expresarse nos dice que muchos coreanos llegaron a Australia en busca de oportunidades de trabajo y que ahora sin embargo se vuelven a Corea donde la situación es mejor que en Australia. La inmigración está compuesta por chinos, vietnamitas, coreanos, libaneses, turcos, filipinos y existen pequeños barrios de israelitas, griegos, italianos y sobre todo irlandeses que formaron el primer núcleo de colonización en Australia.

Hemos elegido un ¨ Bed and Breakfast ¨ en un edificio de ladrillo rojo de una calle tranquila relativamente cercana al centro. Como no tienen la habitación preparada ya que es todavía temprano, damos una vuelta por los alrededores, hace mucho calor, nos asomamos a un pequeño parque con unas escaleras que bajan directamente a los muelles del ¨ Finger Wharf ¨.

Volvemos al hostal y después de refrescarnos y cambiarnos salimos de nuevo hacia el ¨ Finger Wharf ¨ el jardín botánico lleno de gente joven corriendo, seguimos bajando hasta el famoso ¨ Opera House ¨ una de las grandes atracciones turísticas y buscamos donde comer al lado de los ¨Ferry Wharfs ¨ . No nos gustan los restaurantes, demasiado turísticos, pero estamos cansados del viaje y no queremos continuar buscando. Comemos una pequeña ensalada y unos calamares fritos seguido de un plato de pasta. No ofrecen pan ni mantequilla, ningún extra y la cuenta sube a los ciento cincuenta dólares lo que nos parece extremadamente caro pero que no nos coge de sorpresa. Tomamos un taxi de vuelta al hotel, el conductor es de algún país indeterminado que no logramos averiguar, su conocimiento de inglés escaso así como el de la ciudad pero lleva un conveniente GPS que le evita quebraderos de cabeza y le conduce paso a paso a nuestro destino. El resto de la tarde descansamos.






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